Páginas

lunes, 1 de diciembre de 2014

Un caso histórico en el que la Justicia Divina castigó de inmediato una iniquidad:

La Justica Divina a todo y a todos alcanza, más tarde o más temprano, en su momento preciso, cronométrico. Todos nuestros actos, así como nuestros Destinos como seres humanos están regidos por la Justicia Divina, porque no existe el Azar ni la Casualidad.
Siendo las guerras un asesinato colectivo, en el que cada hombre mata a su hermano, la Justicia Divina ha determinado: “Con la vara que mides serás medido, y se os añadirá”. Por lo tanto, cada soldado participante en guerras que ha dado muerte a un semejante, deberá sufrir en el futuro el mismo tipo de muerte inferida a su prójimo. Así por ejemplo, el piloto de un avión de caza que en la Segunda Guerra Mundial derribó a un enemigo, que pereció al estrellarse su avión contra el suelo, reencarnará y en su próxima vida será un piloto civil que perecerá, en un accidente de aviación. A veces la Justicia Divina deberá esperar siglos para aplicarse, porque también hay karmas colectivos, y deberán reunirse todos aquellos que deberán pagar ese karma colectivo.
Pero otras veces la Justicia Divina actúa prontamente, haciendo pagar una parte o la totalidad del karma, de inmediato.
A continuación os invitamos a recordar un caso terrible y dramático, donde la Justicia Divina actuó de inmediato para castigar una gran iniquidad contra la humanidad: El lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Japón. La historia del hundimiento del USS Indianápolis, durante la Segunda Guerra Mundial, tiene relación directa con ese funesto acontecimiento.

La tragedia del USS Indianápolis.

(Extracto del excelente artículo publicado en Internet por albertoa-17 Jun 2008, 00:00)

Los hechos del hundimiento del USS Indianápolis. Crucero de la clase Pórtland. Número de serie CA-35.





A la medianoche del 30 de junio de 1944, un submarino perteneciente a la Armada Imperial japonesa disparó dos torpedos contra el barco perteneciente a la Armada Norteamericana USS Indianápolis, que se hundió en doce minutos en el Mar de Filipinas. De las 1.196 personas abordo, una 300 se hundieron con el buque y las restantes 900 quedaron a merced de las aguas y de los tiburones.
Lo que muchos de esos marineros no sabían era que no se había notificado a la Comandancia del Pacífico sobre el hundimiento del barco, ni se le notificaría nunca por la razón de la misión que acababa de cumplir el Indianápolis. El barco acababa de llevar a Guam una carga clave que cambiaría el curso de la guerra: uranio enriquecido necesario para la fabricación de las bombas atómicas que caerían sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

Al amanecer del primer día los escualos aparecieron. Tan solo unos pocos tiburones tigre (Galeacerdo Cuvier), que fieles a su patrón de comportamiento comenzaron a rodear a los náufragos, quienes percatados de la situación, se congregaron en grupos que nadaban unidos, confiando en que esta actitud alejaría a los tiburones.
A media tarde, cientos de escualos infestaban las aguas. Los marineros, cada vez que uno de los tiburones tigre comenzaba el ritual del círculo – el comportamiento común del tiburón tigre en el ataque es reproducir un movimiento circular en torno a la presa y repetir los círculos, disminuyendo el diámetro de los mismos para, previamente el ataque, dar un círculo final amplio para posteriormente, lanzarse hacia la presa – comenzaban a patalear y a gritar esperando asustar a los tiburones, ya que a veces se alejaban con eso. Pero otras veces no se alejaban.
Al tercer día la situación se complicó aún más. Además de aumentar el número de tiburones tigre, algunos náufragos comenzaron a tomar agua salada. Esta ingestión produjo en ellos vívidas alucinaciones lo que provocó que decenas de marinos se alejaran de los grupos para ahogarse y ser devorados por los tiburones.
A las once de la mañana del cuarto día, un joven piloto, el teniente Wilbur GWinn, al mando de un bombardero PV-1 Ventura descubrió a los náufragos de forma accidental, en una patrulla de rutina en búsqueda de submarinos. Reportó el incidente a su base de Peleiu, con el siguiente radiomensaje : “¡muchos hombres en el agua!”, dando posteriormente, la posición de los náufragos.

La base envió un PBY (hidroavión) al mando del teniente Adrian Marks, con el fin de investigar la situación, quien en pleno vuelo solicitó al destructor USS Doyle que acudiera al lugar. El capitán del USS Doyle decidió dirigirse allí sin esperar la autorización correspondiente. El teniente Marks, quien arribó horas antes, descubrió una escena patética: por todos lados los náufragos estaban siendo atacados por tiburones y las muertes se daban minuto a minuto. La tripulación del avión comenzó a arrojar botes salvavidas, pertrechos y alimentos. Ante esta situación, desobedeciendo expresas órdenes sobre no amerizar, el teniente Marks descendió en las aguas y comenzó el rescate de los náufragos que estaban separados del grupo, lo cuales tenían más posibilidades de ser atacados por tiburones. En ese momento, al rescatar a los primeros náufragos, el teniente descubrió que los marineros eran tripulantes del USS Indianápolis y requirió asistencia inmediata, a lo cual respondió el USS Doyle, diciendo que estaba en ruta.

Al anochecer, al teniente Marks seguía rescatando náufragos. Una vez llena la capacidad del avión, comenzó a atar a los  supervivientes a las alas del aeroplano con cuerdas de paracaídas mientras seguían esperando el rescate. Marks y su tripulación pudieron salvar a 56 hombres durante esa jornada. En plena oscuridad llegó el USS Doyle, quien detuvo sus máquinas para no herir a los náufragos que podían encontrase en la zona y comenzó a transportar a los hombres que Marks tenía en su avión hacia el destructor. Despreciando su propia seguridad el capitán del USS Doyle mandó a encender faros para que los náufragos se guiasen hacia el barco y al mismo tiempo, para ubicar a los restantes navíos que acudieron al rescate. Al día siguiente, durante la mañana del tres de agosto, finalizó el mismo. Novecientos hombres cayeron al agua. Tan sólo trescientos dieciséis fueron rescatados. Los tiburones se comieron al resto.
El capitán del buque, Charles Butler Mc Vay III sobrevivió. Fue juzgado y condenado por negligencia al no maniobrar en zigzag, pese a pruebas abrumadoras que demostraban lo contrario…Material desclasificado más tarde, se suma a la evidencia de que Mc Vay fue un chivo expiatorio de los errores ajenos.
Presionado moralmente por los hechos, Mc Vay se suicidó en 1968. En octubre de 2000, tras años de esfuerzos de los supervivientes, sus familias y simpatizantes, se aprobó en Washington una enmienda que fue firmada por el Presidente Clinton, expresando el pesar de Congreso por lo sucedido y rehabilitando la figura del Capitán Mc Vay, exonerándole de toda culpa.(Fin de la cita)

Las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki:

Las dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki fueron ataques ordenados por Harry S, Truman, Presidente de los Estados Unidos, contra el Imperio de Japón. Los ataques se efectuaron el 6 y el 9 de agosto de 1945 y pusieron el punto final a la Segunda Guerra Mundial. Se estima que hacia finales de 1945, las bombas habían matado a 140.000 personas en Hiroshima y 80.000 en Nagasaki, aunque solo la mitad había fallecido los días de los bombardeos. Entre las víctimas, del 15 al 20% murieron por lesiones o enfermedades atribuidas al envenenamiento por radiación. En ambas ciudades la gran mayoría de las muertes fueron civiles. (Wikipedia).


“Gloria al Divino Padre Creador en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”.

3 comentarios:

  1. Bendito y alabado sea el Divino Padre Creador, y se demuestra que él es el único dueño de todos los espíritus reencarnados en este plano de expiación y su justicia llega a todos y cada uno en el momento preciso que Él lo determina.... No es la voluntad del hombre sino la de su Creador. Aleluya !!!!!

    ResponderEliminar
  2. He leído con mucha atención este testimonio innegable de acontecimientos reales y demostrables y no me queda duda de que la justicia de Dios es implacable y da a cada cual lo que realmente se merece. Esto está en las Sagradas Escrituras y sólo queda leerlas y entenderlas. No existe el perdón de pecados y cada uno deberá, tarde o temprano, dar cuenta de sus actos en la tierra y recibir lo que en justicia le corresponda.

    Gracias por estos testimonios innegables,

    Claudia Hermosilla

    ResponderEliminar
  3. En estos hechos que son parte de la historia de la Humanidad se comprueba la Justicia perfecta, inexorable e infalible de nuestro Divino Padre Creador. Se puede aplicar dos de los estatutos que provienen de la Ciencia Divina: “ De Dios la Voluntad” y “ Estar plenamente consciente que la duración de la vida propia y la ajena no dependen de la voluntad del hombre sino que de nuestro Divino Padre Creador”. La justicia de los hombres es imperfecta, llena de errores, la justicia que emana de Lo Alto es la verdadera, por lo tanto cada cual recibirá lo que merece de acuerdo a las Leyes Divinas y ningún ser humano deberá atentar contra la vida de un semejante.

    ELE

    ResponderEliminar

Y ¿cuál es su opinión de este tema?