La Justica
Divina a todo y a todos alcanza, más tarde o más temprano, en su momento
preciso, cronométrico. Todos nuestros actos, así como nuestros Destinos como
seres humanos están regidos por la Justicia Divina, porque no existe el Azar ni
la Casualidad.
Siendo las
guerras un asesinato colectivo, en el que cada hombre mata a su hermano, la
Justicia Divina ha determinado: “Con la vara que mides serás medido, y se os
añadirá”. Por lo tanto, cada soldado participante en guerras que ha dado muerte
a un semejante, deberá sufrir en el futuro el mismo tipo de muerte inferida a
su prójimo. Así por ejemplo, el piloto de un avión de caza que en la Segunda
Guerra Mundial derribó a un enemigo, que pereció al estrellarse su avión contra
el suelo, reencarnará y en su próxima vida será un piloto civil que perecerá,
en un accidente de aviación. A veces la Justicia Divina deberá esperar siglos
para aplicarse, porque también hay karmas colectivos, y deberán reunirse todos
aquellos que deberán pagar ese karma colectivo.
Pero otras veces
la Justicia Divina actúa prontamente, haciendo pagar una parte o la totalidad
del karma, de inmediato.
A continuación
os invitamos a recordar un caso terrible y dramático, donde la Justicia Divina
actuó de inmediato para castigar una gran iniquidad contra la humanidad: El
lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre Japón. La historia del hundimiento
del USS Indianápolis, durante la Segunda Guerra Mundial, tiene relación directa
con ese funesto acontecimiento.
La tragedia del USS Indianápolis.
(Extracto del
excelente artículo publicado en Internet por albertoa-17 Jun 2008, 00:00)
Los hechos
del hundimiento del USS Indianápolis. Crucero de la clase Pórtland. Número de
serie CA-35.
A la medianoche
del 30 de junio de 1944, un submarino perteneciente a la Armada Imperial
japonesa disparó dos torpedos contra el barco perteneciente a la Armada
Norteamericana USS Indianápolis, que se hundió en doce minutos en el Mar de
Filipinas. De las 1.196 personas abordo, una 300 se hundieron con el buque y
las restantes 900 quedaron a merced de las aguas y de los tiburones.
Lo que muchos de
esos marineros no sabían era que no se había notificado a la Comandancia del
Pacífico sobre el hundimiento del barco, ni se le notificaría nunca por la
razón de la misión que acababa de cumplir el Indianápolis. El barco acababa de
llevar a Guam una carga clave que cambiaría el curso de la guerra: uranio enriquecido necesario para la
fabricación de las bombas atómicas que caerían sobre las ciudades japonesas de
Hiroshima y Nagasaki.
Al amanecer del
primer día los escualos aparecieron. Tan solo unos pocos tiburones tigre
(Galeacerdo Cuvier), que fieles a su patrón de comportamiento comenzaron a rodear
a los náufragos, quienes percatados de la situación, se congregaron en grupos
que nadaban unidos, confiando en que esta actitud alejaría a los tiburones.
A media tarde,
cientos de escualos infestaban las aguas. Los marineros, cada vez que uno de
los tiburones tigre comenzaba el ritual del círculo – el comportamiento común
del tiburón tigre en el ataque es reproducir un movimiento circular en torno a
la presa y repetir los círculos, disminuyendo el diámetro de los mismos para,
previamente el ataque, dar un círculo final amplio para posteriormente,
lanzarse hacia la presa – comenzaban a patalear y a gritar esperando asustar a
los tiburones, ya que a veces se alejaban con eso. Pero otras veces no se
alejaban.
Al tercer día la
situación se complicó aún más. Además de aumentar el número de tiburones tigre,
algunos náufragos comenzaron a tomar agua salada. Esta ingestión produjo en
ellos vívidas alucinaciones lo que provocó que decenas de marinos se alejaran
de los grupos para ahogarse y ser devorados por los tiburones.
A las once de la
mañana del cuarto día, un joven piloto, el teniente Wilbur GWinn, al mando de
un bombardero PV-1 Ventura descubrió a los náufragos de forma accidental, en
una patrulla de rutina en búsqueda de submarinos. Reportó el incidente a su
base de Peleiu, con el siguiente radiomensaje : “¡muchos hombres en el agua!”,
dando posteriormente, la posición de los náufragos.
La base envió un
PBY (hidroavión) al mando del teniente Adrian Marks, con el fin de investigar
la situación, quien en pleno vuelo solicitó al destructor USS Doyle que
acudiera al lugar. El capitán del USS Doyle decidió dirigirse allí sin esperar
la autorización correspondiente. El teniente Marks, quien arribó horas antes,
descubrió una escena patética: por todos lados los náufragos estaban siendo
atacados por tiburones y las muertes se daban minuto a minuto. La tripulación
del avión comenzó a arrojar botes salvavidas, pertrechos y alimentos. Ante esta
situación, desobedeciendo expresas órdenes sobre no amerizar, el teniente Marks
descendió en las aguas y comenzó el rescate de los náufragos que estaban
separados del grupo, lo cuales tenían más posibilidades de ser atacados por
tiburones. En ese momento, al rescatar a los primeros náufragos, el teniente
descubrió que los marineros eran tripulantes del USS Indianápolis y requirió
asistencia inmediata, a lo cual respondió el USS Doyle, diciendo que estaba en
ruta.
Al anochecer, al
teniente Marks seguía rescatando náufragos. Una vez llena la capacidad del
avión, comenzó a atar a los supervivientes
a las alas del aeroplano con cuerdas de paracaídas mientras seguían esperando
el rescate. Marks y su tripulación pudieron salvar a 56 hombres durante esa
jornada. En plena oscuridad llegó el USS Doyle, quien detuvo sus máquinas para
no herir a los náufragos que podían encontrase en la zona y comenzó a
transportar a los hombres que Marks tenía en su avión hacia el destructor.
Despreciando su propia seguridad el capitán del USS Doyle mandó a encender
faros para que los náufragos se guiasen hacia el barco y al mismo tiempo, para
ubicar a los restantes navíos que acudieron al rescate. Al día siguiente,
durante la mañana del tres de agosto, finalizó el mismo. Novecientos hombres
cayeron al agua. Tan sólo trescientos dieciséis fueron rescatados. Los
tiburones se comieron al resto.
El capitán del
buque, Charles Butler Mc Vay III sobrevivió. Fue juzgado y condenado por
negligencia al no maniobrar en zigzag, pese a pruebas abrumadoras que
demostraban lo contrario…Material desclasificado más tarde, se suma a la
evidencia de que Mc Vay fue un chivo expiatorio de los errores ajenos.
Presionado
moralmente por los hechos, Mc Vay se suicidó en 1968. En octubre de 2000, tras
años de esfuerzos de los supervivientes, sus familias y simpatizantes, se
aprobó en Washington una enmienda que fue firmada por el Presidente Clinton,
expresando el pesar de Congreso por lo sucedido y rehabilitando la figura del
Capitán Mc Vay, exonerándole de toda culpa.(Fin de la cita)
Las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki:
Las dos bombas
atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki fueron ataques ordenados por Harry S,
Truman, Presidente de los Estados Unidos, contra el Imperio de Japón. Los
ataques se efectuaron el 6 y el 9 de agosto de 1945 y pusieron el punto final a
la Segunda Guerra Mundial. Se estima que hacia finales de 1945, las bombas
habían matado a 140.000 personas en Hiroshima y 80.000 en Nagasaki, aunque solo
la mitad había fallecido los días de los bombardeos. Entre las víctimas, del 15
al 20% murieron por lesiones o enfermedades atribuidas al envenenamiento por
radiación. En ambas ciudades la gran mayoría de las muertes fueron civiles.
(Wikipedia).
“Gloria al
Divino Padre Creador en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena
voluntad”.
Bendito y alabado sea el Divino Padre Creador, y se demuestra que él es el único dueño de todos los espíritus reencarnados en este plano de expiación y su justicia llega a todos y cada uno en el momento preciso que Él lo determina.... No es la voluntad del hombre sino la de su Creador. Aleluya !!!!!
ResponderEliminarHe leído con mucha atención este testimonio innegable de acontecimientos reales y demostrables y no me queda duda de que la justicia de Dios es implacable y da a cada cual lo que realmente se merece. Esto está en las Sagradas Escrituras y sólo queda leerlas y entenderlas. No existe el perdón de pecados y cada uno deberá, tarde o temprano, dar cuenta de sus actos en la tierra y recibir lo que en justicia le corresponda.
ResponderEliminarGracias por estos testimonios innegables,
Claudia Hermosilla
En estos hechos que son parte de la historia de la Humanidad se comprueba la Justicia perfecta, inexorable e infalible de nuestro Divino Padre Creador. Se puede aplicar dos de los estatutos que provienen de la Ciencia Divina: “ De Dios la Voluntad” y “ Estar plenamente consciente que la duración de la vida propia y la ajena no dependen de la voluntad del hombre sino que de nuestro Divino Padre Creador”. La justicia de los hombres es imperfecta, llena de errores, la justicia que emana de Lo Alto es la verdadera, por lo tanto cada cual recibirá lo que merece de acuerdo a las Leyes Divinas y ningún ser humano deberá atentar contra la vida de un semejante.
ResponderEliminarELE