Gracias a la benévola acogida de
Hermes, puedo relatar a los amables lectores de este interesante Blog que él
administra, una experiencia personal que
en mi juventud constituyó una gran enigma, que atenazó mi conciencia durante
muchos años. Pero cuando gracias a la misericordia de nuestro amado Divino
Padre Creador, en la mitad de mi vida encontré la Luz de la Verdad, al ingresar
a la Congregación Espiritual de la
Nueva Jerusalén, y después de algunos años de labor junto a mis hermanos, tuve
la ocasión de preguntar a uno de los Maestros de la Cosmogonía, que llegaban
hasta nosotros a través de Madrecita Laura Antonia, sobre el significado de
este enigma. Gracias a la bondad y
sabiduría del Maestro, este enigma quedó completamente dilucidado.
He aquí la historia: Nací en el
Sur de Chile, cerca de la ciudad de Concepción. Al llegar a los dieciocho años,
era un joven alto, gallardo, bien parecido – decían – y gran deportista. Jugaba
de arquero en el equipo de fútbol de mi curso y durante las vacaciones practicábamos
con mis hermanos, casi todas las tardes en un estadio cercano. Mi ídolo era
Sergio Livingstone, el popular “sapito”,
el famoso arquero de la selección chilena de fútbol de entonces. Yo
copiaba su estilo de juego – lo vi jugar una vez en Concepción - y todos los detalles de su vestimenta de
arquero. A los dieciocho años jugué al arco en un equipo local, algún partido
consagratorio, pues había desarrollado gran seguridad y agilidad en el juego.
Llegó el año 1948 y debí cumplir
con mi Servicio Militar, en el Curso de Estudiantes, en dos períodos de tres
meses durante las vacaciones. Me tocó en un Regimiento de Caballería. Yo estaba
feliz. Siempre me habían gustado los caballitos, aunque no sabía montar, pero
tenía plena confianza en mi excelente estado físico, así es que reconocí
cuartel con mucho entusiasmo.
Por fin en el
Regimiento, llegó el momento de la primera lección de equitación. A cada
conscripto se nos asignó un caballo, provisto de una sencilla brida y de una
montura sin estribos, pues había que montar de un salto, “a lo huaso”, para
luego realizar una serie de ejercicios sobre la montura, como ser: la tijera,
el volteo doble o sencillo, etc., mientras el caballo iba al trote o al galope.
Siguiendo las instrucciones, de
pié al lado izquierdo del caballo, tomo la brida con la mano izquierda y al
mismo tiempo agarro una correa de la parte delantera de la montura, llamada
quinta rienda, y balanceando la pierna derecha, para pasarla por sobre la
montura, me doy impulso con la pierna izquierda y… ¡Horror!... ¡No me pude
levantar del suelo! ¡Quedé como pegado al suelo!... Parecía que el peso de mi
cuerpo se hubiera multiplicado por mil. Intentaba el salto una y otra vez… y
¡nada! No podía despegarme del suelo. En mi desesperación me preguntaba, ¿Qué
me pasa?¿Dónde está mi agilidad? Lo intentaba de nuevo… me daba impulso y nada…
imposible…no podía montar. Las gotas de sudor corrían por mi frente. Mis
compañeros, que realizaban el ejercicio sin problemas, se reían de mí
incapacidad…Mientras que ya el sargento estaba a mi lado, rojo de cólera,
vociferando como solo los sargentos saben hacerlo y paseándose a grito pelado
por todo mi árbol genealógico, mientras yo inútilmente, redoblaba mis
esfuerzos. Mi pobre caballito, “Lardo” se llamaba, doblaba sus patitas delanteras,
agachándose para que yo pudiera montar. ¡Como lo amé! Si hubiera podido lo
habría comprado para tenerlo conmigo el resto de mi vida. Pero ni con su ayuda
podía saltar. Yo habría jurado que una mano invisible me sujetaba fuertemente
del cinturón, por mi espalda, impidiéndome montar.
A todo esto, gracias a Dios, se
acercó de a caballo el Capitán comandante del escuadrón y con mucha experiencia
y buen tino ordenó al sargento: “¡Sargento, que el conscripto no haga este
ejercicio, sino que sea el jinete cabeza de su grupo de equitación y que solo
se preocupe de llevar el aire, ya sea de trote, paso o galope! ¡A su orden mi
capitán! Respondió el sargento, cuadrándose; y así quedó superado este escollo
tan bochornoso e inexplicable para mi, que constituyó un trago amargo, aunque
no el único, como se verá más adelante.
Además del amor y agradecidos cuidados
que prodigué a mi caballito, aprendí todas las reglas de la equitación, las que
practiqué montando todos los días durante tres meses, de manera que quedé
transformado en un verdadero centauro, pues formaba con mi caballo una sola
entidad, ya que además, él me adivinaba el pensamiento. En la revista final
salí distinguido en mi grupo en equitación.
Pero el episodio relatado no fue
mi única desventura dentro del servicio militar. Poco tiempo después del
incidente relatado, seguía nuestra instrucción con equitación todas las mañanas
e instrucción de infantería en la tarde, con el manejo de la carabina y otras
armas. En cierta ocasión debimos saltar, portando la carabina, un foso de unos dos metros de profundidad y con su
fondo erizado de rieles y alambres de púas. Me tocó el turno de saltar y con
una carrera previa, tomé todo el impulso posible, pero lamentablemente caí con
todo el peso del cuerpo en mi talón derecho, quedando tendido en el suelo con
un dolor lacerante en el talón. Fui a parar a la enfermería donde el médico
diagnosticó “contusión en el pie derecho”, y después de dos días de tratamiento
con pomada ictiol y compresas calientes, me dio de alta y de nuevo al servicio.
Pero yo no podía afirmar el talón lesionado. Cada vez que lo hacía, veía
estrellas de dolor. Tozudamente me empeñé en continuar el servicio sin dar
parte de enfermo. En la instrucción matinal no había problemas, pues no
bajábamos de nuestras monturas en toda la mañana. Pero en la tarde, en la
instrucción de infantería era el suplicio, pues en todas las marchas cojeaba
sin poder afirmar mi talón lesionado. Terminó mi primer período de instrucción
y el dolor persistió a lo largo de casi todo el año, para finalmente
desaparecer. En el segundo período, fue solo un mes de campaña en el terreno y
finalmente salí licenciado con el grado de Alférez, recibiendo después el
despacho de Sub-Teniente de Reserva del Ejército Chileno. ¡Había cumplido con
la Ley!
Pero en mi espíritu quedó la
incógnita del incidente donde me fue imposible montar de un salto.
Cuando pasados muchos años, y ya
en la Congregación pude formular la pregunta al Maestro, la respuesta fue la
siguiente: -- “Tú tenías el karma de desencarnar en ese ejercicio. Ibas a caer
del caballo, que te iba a pisar en medio del galope. El médico iba a diagnosticar
lesiones leves, pero tú ibas a sufrir una hemorragia interna de la cual ibas a
desencarnar. Por eso el Padre envió a un Ángel que te sujetaba del cinturón,
impidiéndote montar, para que no realizaras ese ejercicio. De esa manera el
Padre, Único Dueño y Señor de los destinos de los hombres, evitó que desencarnaras,
porque Él te tenía destinado a conocer la Luz de la Verdad en la Congregación.
Respecto al accidente de tu pie derecho, tú sufriste en esa caída la fractura
del hueso calcáneo del talón. Todo ese sufrimiento que pasaste por ese
accidente, fue la Ley de la Compensación, porque el Padre preservó tu vida
física. ¡Glorifica al Padre!”.
Cada espíritu que reencarna en la
Tierra cumpliendo las cuatro Leyes de la Vida: Nacer, Vivir la vida de la
tierra, Desencarnar y Reencarnar, llega a la vida terrena con su destino
trazado, ya sea a cumplir una misión o a
pagar sus numerosos karmas, y con su momento fatal de desencarnar, determinado
para un día, hora, minuto y segundo precisos, en que debe cortarse el Hilo de
la Vida. Cuando éste se corta, cesa la vida en el cuerpo físico y comienza a
descomponerse. Pero nuestro amadísimo Divino Padre Creador, puede prologar la
vida física según Su Voluntad, haciendo experimentar al espíritu encarnado una
o más “Evasiones de la Muerte”, según Su Justicia Divina Perfecta, Infalible e
Inexorable.
Gracias a Madrecita y a la
Profeta Sucesora hemos conocido estas enseñanzas de Verdad, para ir
comprendiendo cada vez más las Leyes Divinas que rigen la Naturaleza, por lo
cual, se van deshaciendo paulatinamente los oscuros “misterios” y los mal
llamados “milagros”; y va resplandeciendo la Luz de la Verdad en nuestros
espíritus, ya que todos los fenómenos de la Naturaleza ocurren debido a las
Leyes Divinas Perfectas, Precisas e Inmutables, que el hombre de la Tierra
desconoce en su mayor parte, porque en su soberbia, no quiere conocer al Divino
Padre Creador, Divino Autor de la Vida y de Todo lo que existe.
“Gloria al Divino Padre Creador en las alturas y paz en la
Tierra a los hombres de buena voluntad.”