Ya hemos visto que la Muerte no existe, que el Espíritu al “Desencarnar”, sólo pasa a través de una puerta abierta hacia el “Mas Allá”, es decir, transita hacia el Mundo Espiritual, que es más real y verdadero, que esta efímera vida material.
Al desencarnar el Espíritu, se corta el Cordón Plateado que lo une a la glándula Pineal y al quedar así separado del Cuerpo Físico, ya no puede retornar jamás a ese cuerpo material.
El cadáver no debe ser incinerado, sino que debe ir a la tierra, donde sufrirá el proceso natural de la descomposición orgánica, en la que cada molécula que lo compone, encontrará su centro en la Naturaleza que lo rodea, pasando así a formar parte de la tierra, sirviendo de alimento a los vegetales, es decir, integrándose al ciclo evolutivo de la Ecología.
El Espíritu por su parte y junto al Periespíritu, pasarán a vivir en el Mundo Espiritual y se mantendrán tres días junto al ámbito en que el hombre vivió y trabajó. Verá entonces sus funerales, estará junto a sus deudos a los que verá y oirá, pero los que a su vez ya no pueden verlo ni oírlo, salvo en ocasiones especiales y por breves instantes. Entonces se dice: “se apareció el difunto”.
Los hombres materialistas, los avaros y ambiciosos de riquezas y poder, sufrirán entonces al ver como otros dilapidan la riqueza que ellos amasaron durante toda su vida con tanto afán, sin poder hacer nada para impedirlo. Estos espíritus apegados a los bienes materiales, quedarán unidos por mucho tiempo a sus riquezas o a sus reinos. En ocasiones sus espíritus, que están junto a sus periespíritus, serán vistos o escuchados por algunas personas, rondando en el ámbito de sus riquezas y posesiones que tuvieron. Los guardias nocturnos de las Pirámides, cuentan que algunas noches se escuchan cánticos religiosos de muchas personas, como que van en procesión por los contornos y cantando en un idioma desconocido. Los Maestros nos han revelado que son algunos Faraones con toda su corte, los que han quedado apegados durante siglos a los lugares donde ejercieron un poder absoluto.
En los hospitales, suelen “penar” algunos médicos, o enfermeras que han desencarnado allí y que no abandonarán esos ámbitos hasta que, cumplido cierto plazo, sean llevados por los Ángeles del Progreso al Planeta donde sufrirán el Auto-Juicio inexorable.
Igualmente los Espíritus que han creído ciega y fervientemente en los falsos dogmas milenarios de las religiones terrenas, quedan apegados a sus cadáveres en los cementerios esperando el momento de la “resurrección de los muertos”, la que no existirá jamás.
Aquellos verán cómo su cadáver entra en putrefacción. En el caso que sus cadáveres sean cremados por sus familiares, los que ignoran que eso no debe hacerse, porque el que incinera un cuerpo deberá sufrir también el que su cuerpo sea quemado. En caso de ver incinerado un cadáver, el espíritu aterrado hace un esfuerzo supremo por entrar en su cadáver para tratar de liberarlo del fuego, aunque inútilmente. Los encargados de la cremación de los cadáveres en los cementerios, cuentan que al observar por una mirilla al interior del horno donde se incineran los cadáveres, ven como algunos cuerpos se yerguen tratando de huir de las llamas.
Aquellos que han desencarnado en accidentes automovilísticos, por ejemplo y que han sido atropellados en calles y caminos, no se percatan que han desencarnado debido a su fallecimiento instantáneo. Quedan entonces esos espíritus en estado de turbación y circulan por esos lugares por mucho tiempo. De ahí la sabiduría popular ha creado la costumbre de colocar esos nichos en el nombre de la víctima, con el objeto que el espíritu comprenda que ha desencarnado y pueda así seguir su destino elevándose.
Por el contrario, los Espíritus que conocen la Verdad, después de los tres días que debe permanecer en la Tierra, serán llevados por los Ángeles del Progreso al Planeta donde esperarán el momento del Auto-Juicio. Allí hallarán un ambiente similar al de la Tierra, con apacibles bosques por los cuales circula mucha gente esperando tranquilamente el momento del Auto-Juicio personal.
Al llegar ese momento a cada uno individualmente, al Espíritu se le despierta la Inteligencia y comprende la existencia del Divino Padre Creador y su Justicia Inflexible e Inexorable.
Entonces el Espíritu ve como en una gran pantalla de televisión, donde se le aparecen todas sus reencarnaciones pasadas y hace el propósito de enmendar, corregir y castigar sus errores en sus futuras vidas terrenas. Regido siempre por la Justicia Divina, elabora su Destino para su próxima reencarnación y elegirá padres para reencarnar en las condiciones orgánicas y biológicas adecuadas a sus Karmas y en el lugar y país indicado a su propósito. De esta manera, el Espíritu continuara su eterno destino.
Está claro que todo lo que sucede en nuestras vidas no ocurre al azar, ni por suerte, ni casualidad, que no existen; sino que todo está matemática y cronométricamente regido por la Justicia Perfecta de nuestro Divino
Padre Creador.